Hay una imagen que se repite en el cine y que creo que representa la felicidad. Ahora mismo creo haberla visto en Finales de Agosto, principios de septiembre y en Amelie. La imagen consiste en un chico y una chica que van en moto y se rien y el viento les da en la cara, y la chica se aprieta contra el chico, que es el que conduce la moto siempre, claro. La escena suele llegar hacia el final de la película y muestra lo felices que han llegado a ser los personajes. No me hace falta buscar quien es el director de estas películas para saber que es un hombre. Qué felicidad, tener a una chica mona cogida a tu cintura, apretadita contra ti mientras tú la llevas a donde a ti te da la gana, a la velocidad a la que a ti te da la gana, sabiendo que cuando te canses la dejarás y te irás tú solito con tu moto.
Para mí esa imagen, la escena de la moto y la parejita y las risas y el viento en la cara, representa la desgracia de ser mujer. Es incomodísimo ir en moto de paquete, estoy segura de que conducirla tiene que ser mucho más entretenido. Y aburridísmo. Yo tengo unos recuerdos horribles de cuando era más pequeña y todavía venían chicos a por mi en moto. Una vez el individuo en cuestión quiso llevarme en moto a una fiesta aunque estábamos a 50 metros de distancia y en el camino sobre la moto perdí una lentilla. Otra vez otro individuo apareción con una camiseta de Harley Davidson y con la susodicha moto a conjunto. Y traía otra camiseta para mi. Y pretendía que me la pusiera. Hombres que querían que yo fuera un accesorio más de su set y que su único interés en mí era porque yo hacía conjunto con el set y además luego estaba interesada en follar.
Pero para que veais que hoy no estoy negativa voy a intentar pensar en cual es la imagen que representa la felicidad para mi. Y no tengo que pensar mucho: mi bicicleta. Cuando tenía 15 años mi abuela me compró una bicicleta y entonces empecé a ser feliz. Podía irme con ella a donde yo quisiera y no hacía ruido ni necesitaba gasolina. Sí, también tuve una moto pequeña que no me gustó nada y de todas formas se rompió en seguida. Pero mi bici no tenía problemas técnicos que yo no puediera solucionar. Me encantaba subirme a las montañas que había cerca de Castellón con ella y llegar sudada y agotada a la cumbre y ver la vista del mar y respirar el aire fresco y escuchar el silencio y notar mi cuerpo lleno de fuerza, los músculos latiendo, los pulmones inmensos.
Yo solía decir que subir un puerto de montaña era como un orgasmo. Yo no sé si sabía muy bien qué era un orgasmo por aquel entonces, pero me lo imaginaba. Y así lo sentía, empezabas subiendo el ritmo de la respiración, poco a poco y una vez estabas allí, no había marcha atrás, y cuando más subías, más gusto y no podías parar y cuando te acerabas a la cumbre más que respirar, gritabas, como gritan los tenistas cuando le dan a la bola con su raqueta y es tan sexy.